Contes traditionnels des Pyrénées (Michel Cosem) -
La tía Miseria y el peral
La tía Miseria era una anciana muy pobre
y muy vieja, tanto que nadie podía asegurar cuál era su verdadera edad, además
se decía que era una experta hechicera.
Vivía en una choza a las afueras del
pueblo y nadie la visitaba, salvo aquellos traviesos chicos que
desafiaban a la vieja. La tía Miseria no poseía nada, salvo un peral. Un peral
que daba unas peras deliciosas, razón por la cual los chicos del pueblo acudían a
robarlas.
Así, sucedió que un día Miseria regresó a
su casa apresuradamente porque una tormenta parecía amenazar con caer y no
quería que le pillara al descubierto. Apenas anocheció, un fuerte aguacero
empezó a caer mientras ella cenaba unos mendrugos de pan. De repente, unos
golpes sonaron en la puerta. Al abrir, vio a un anciano, no tan viejo como
ella, pero si tan pobre. Ella le invitó a pasar y a compartir con él los
mendrugos de pan; le ofreció un lugar donde poder dormir.
A la mañana siguiente, cuando la tía
Miseria vio que el pobre se levantaba ya para marcharse, le dijo iba a salir a
buscar algo que comer y que lo volvería a compartir con él. Él anciano
conmovido le contó entonces que no era ningún pobre, sino San Antonio y que
había sido enviado por Dios para probar la caridad de todos los que vivían
allí. Nadie le habría abierto la puerta de su casa durante la tormenta, salvo
ella. Ahora, Dios quería premiar su caridad y, por ello, quería concederle un
deseo. El que quisiera.
La tía Miseria le pidió que aquel que se
subiera a su peral no pudiera bajar de él hasta que ella lo mandara. Aquel
misterioso personaje hizo la señal de la cruz y le concedió el deseo, tras lo
cual se marchó, desapareciendo en la lejanía y allí quedó la anciana, con su
peral, desnudo de frutos.
Pasaron los días, las semanas y los meses. Por fin, la primavera trajo consigo
unos hermosos frutos al peral. La
vieja cogió uno y comprobó que estaban más deliciosos que nunca. Si no fuera
por aquellos rufianes de niños, tendría el alimento asegurado. Salió como todos
los días a buscar limosna. Fue entonces cuando vio en lo alto del peral a dos niños que no podía bajar de
él y que gritaban asustados. La tía Miseria entonces comprobó que su deseo se
había cumplido. Tras acudir sus padres a recogerlos, ella permitió que bajaran
tras hacer una señal con la mano. Al día siguiente sucedió otro tanto. A partir
de entonces, nadie, salvo ella, podía coger peras del árbol. Desde entonces, la
tía Miseria fue la única persona que pudo disfrutar de los frutos del peral,
salvo que ella quisiera compartirlo. Era tal la calidad de los frutos, que
muchos de sus vecinos lo canjeaban por leche, huevos o carne. La vieja empezó
así a vivir una vida sin penalidades.
Y así pasó el tiempo, mucho tiempo y la
vieja Miseria vivía feliz en su choza sin que nadie la molestara. Pero una
noche, estando en su casa preparándose para dormir, alguien llamó a su puerta.
Cuando abrió vio a un hombre, o mujer, alto, muy alto, encapuchado. Miseria la reconoció: era la Muerte mostrando su guadaña.
Había llegado su hora, comprendió la anciana.
Miseria no protestó y solo le preguntó si podía hacer un último
deseo antes de irse con ella. La anciana le
dijo que le gustaría llevarse algunas peras para alimentarse en su camino hacia
el otro mundo. Como estaban en lo más alto del árbol, le pidió que ella misma
se las cogiera. Y allí quedó la siniestra sombra, atrapada entre las ramas del
peral mientras la vieja seguía haciendo su vida cotidiana.
Y así fueron pasando los días, las
semanas y los años, muchos años. Con la muerte atrapada en el peral, nadie se
moría. Los viejos se hacía más viejos, pero ninguno moría al no recibir la
mortal visita. No se moría la gente ni en las guerras, ya que quedaban
malheridos, pero sin morir. Había muchos enfermos, algunos en fase terminal,
que pedían a los doctores que los mataran, pero todo era inútil. La
desesperación era muy grande y muchísima gente odiaba la vida y trataba de
deshacerse de ella, pero siempre sin éxito. No mientras, la Muerte siguiera
atrapada en el peral de la tía Miseria. Por fin se supo que la Muerte había
desaparecido y que debía estar atrapada en algún lugar del mundo. Todos se
pusieron a buscarla. Sucedió entonces que la tía Miseria cayó enferma y un
médico del pueblo acudió a su choza a examinarla. Cuando llegó, la sombra llamó
su atención. Entonces le contó la historia y le pidió que la liberara de aquel
árbol. El médico, reconociendo a la Muerte, intentó subirse al peral para
liberarla, pero solo consiguió quedar también él atrapado. Y así quedaron ambos
día y noche, mientras la vieja volvía a sus quehaceres diarios, ya repuesta de
su enfermedad. Pero los familiares del médico, alarmados porque este no había
vuelto, fueron hasta la casa de Miseria. Allí le encontraron, en lo alto de
árbol junto a aquel extraño personaje. Cuando supieron lo ocurrido, cogieron
unas hachas e intentaron derribar el peral. Entonces, la tía Miseria salió de
la casa y les ordenó que se detuvieran.
Todos le dijeron que era preciso liberar
al médico y, por encima de todo, a la Muerte, para acabar con el sufrimiento
eterno de los enfermos. Entonces ella les dijo que soltaría a la Muerte con una
condición: Que esta no fuera a buscarla hasta que ella misma no la llamara tres
veces. Todos estuvieron de acuerdo, incluida la muerte. A su señal, la Muerte y el médico quedaron libres por fin.
La Muerte, apenas se vio libre, empezó a segar vidas con su guadaña y la gente
empezó de nuevo a morir.
Y así la vida, y la muerte, volvieron a
su estado normal. Mientras tanto, la tía Miseria siguió viviendo en su choza
con su peral, pidiendo limosna y vendiendo sus peras.
Pasaron muchos años, muchísimos, y ya
nadie se acordó de la vieja. Un día, todos advirtieron que había desaparecido
de su casa misteriosamente. Nadie sabe su paradero. Según unos, cansada de
vivir, pidió a la Muerte que fuera a llevársela; según otros, ella misma salió
a buscarla allá donde se encontrase para irse con ella al otro mundo… y es así
como la miseria sigue a la muerte en su camino!