Hace miles de años, en las tierras que hoy
ocupan los Pirineos, estaban bajo el dominio de Tubal. En esos tiempos cuando los dioses del Olimpo reinaban sobre la faz de la tierra y
los seres humanos no eran más que simples marionetas, Tubal reinaba sobre estas tierras y tenía una
bella hija llamada Pyrene.
Pyrene era tan hermosa, que muchos enfermaron de amor al verla
mientras ella paseaba por los bosques. Pero el corazón de Pyrene estaba reservado para Hércules, el héroe griego con el que la joven princesa se veía a escondidas en los bosques.
Pero a pesar de verse a escondidas, el
amor de la pareja fue descubierto por Tubal. Encolerizado por los amantes, el
padre de Pyrene desterró a Hércules. Pyrene, abandonada por la tristeza,
seguía vagando por los bosques con la esperanza de que su amado Hércules
regresaría hasta allí para buscarla y huir juntos.
Un buen día, mientras Pyrene paseaba por
los bosques esperando a Hércules, se encontró con Gerión, un horrible ser de
tres cabezas que quería poseer a la joven princesa. Por fortuna, Pyrene pudo
escapar, pero Gerión, deseoso de hacer suya a la joven, incendió el bosque para
que no pudiera esconderse.
Entonces, cuenta la leyenda que un águila
que fue testigo de todo, avisó a Hércules, que acudió veloz hasta el lugar para
rescatar a su amada, aunque cuando llegó, Pyrene estaba a punto de exhalar su
último suspiro. Tomando a su bella amada entre sus brazos, Hércules le declaró
su amor eterno, momentos antes de que Pyrene falleciese.
Destrozado por el dolor, Hércules enterró a su
amor, colocando una a una enormes piedras sobre el cuerpo de Pyrene.
El héroe trabajó con tanta pasión, que Hércules llegó a erigir montañas enormes de piedra para ocultar el cuerpo de la bella princesa.
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